lunes, 26 de agosto de 2013

La llegada de Victorio - Parte 1

AVISO que voy a escribir esto para recordarlo yo, ahora que lo tengo todavía más o menos fresco, a una semana de suceder. Y que no voy a cuidarme de escribir detalles que puedan herir la sensibilidad de cierto público impresionable, principalmente hombres que jamás parirán.

Desde el scan morfológico, que se hace alrededor de las 22 semanas, cada ecografista que vimos nos dijo que Victorio era grande, que se ubicaba en un percentil mayor a 90, y que, habiendo descartado la diabetes gestacional con una 2da curva de glucosa, no había nada que pudiéramos hacer, ni demasiado motivo para preocuparnos. Salvo, claro, la "amenaza" rondante de la cesárea.

A mí no me gustaba la idea de una cesárea porque me parecía fría, impersonal, la operación que es. Que con el tiempo empecé a ver que no es tan grave, que se puede hacer más humanizada que el procedimiento standard si lo que te preocupa realmente es eso. Pero hasta el mismo obstetra me deseaba, cada vez que se hablaba del tema, que pudiésemos tener un parto normal. El hecho de ya haber tenido uno con mi primer hijo me sumaba enormes chances de poder repetirlo.

Acercándonos a las 40 semanas, hubo que poner fecha. Por eso el médico recomendó, a pesar de no tener ni un cm de dilatación ni contracciones, una inducción en la semana 38. El tema de la disponibilidad de camas en el hospital atrasó todo un día, y por eso finalmente me interné el domingo a la tarde, estando de 38 semanas y 5 dias.

Es rara la inducción. Mientras estábamos en la sala de espera, veíamos llegar mujeres embarazadísimas gritando de dolor por las contracciones, y yo un poco las envidiaba (!!), ya que al menos su destino próximo era más cierto que el mío, que jugaba con el iPad mientras me preguntaba si terminaría en un quirófano. En fin, cuando finalmente nos dieron una habitación, llamada "Dilatantes", lo primero que hicieron fue indicarme que me vistiera de hospital, con la típica bata abierta atrás, pero dejándome mi ropa interior, y que me acostara. Vino una enfermera y me colocó la vía. Ay, la vía y la re puta madre que parió a la enfermera y al señor que la inventó. Ojo, un amor la enfermera, eh. Hasta tuvo la deferencia de ponérmela en la muñeca, ya que, según me explicó, aunque ahí la piel es más gruesa y entonces duele más, tenerla ahí haría que después me fuese más fácil manipular al bebé y darle la teta. Yo odio tanto tanto las vías y las agujas y la sangre que corre por ellas que lo único que le rogué fue que me la cubriera bien, cosa de que, aunque no pudiera zafar de tenerla, no tuviera que verla jamás. Cuestión que terminé con una muñequera de venda tipo tenista o suicida, lo que les resulte más romántico imaginar.

Procedieron a comenzar la inducción propiamente dicha, pasándome hormonas generadoras de contracciones por ese suero. De esas horas recuerdo tener mucha, mucha hambre, y un gran cansancio emocional por las horas que habíamos pasado dando vueltas por el hospital, esperando que llegara la bendita cama.

Las contracciones empezaron a llegar muuuy lentamente, un dolor fuerte de ovarios cada tanto, básicamente. Claramente no me estaba muriendo de dolor, y entonces la maniobra no estaba funcionando. Pasadas un par de horas me llamó mi obstetra, y coincidimos en que no estaba bueno pasar la noche así, con contracciones inconcluyentes, y sin poder comer por la posibilidad de terminar en una cesárea. He had me at "podés cenar tranquila y descansar". Era todo lo que quería en ese momento.

Comí, entonces, y dormimos. Yo en la cama, Javi en el sillón, sin frazada ni almohada, haciéndome el aguante como un campeón. Se iba un día más, pero al menos nos quedaba la certeza que al otro día, Victorio sería como el Quini 6: sale o sale.

1 comentario:

  1. Una de las peores cosas que recuerdo de mis tres partos es cuando te ponen la vía, ajjjj!

    ResponderEliminar