sábado, 24 de agosto de 2013

Crónica de un Victorio anunciado

Victorio fue buscado y encontrado rápidamente. A los pocos días de dejar de cuidarnos, Genaro, mi hijo mayor (en ese momento de 2 años y 3 meses), me vio llegar, me levantó la remera, y me dio un beso en la panza. Cuando le pregunté por qué, sólo contestó "Feli". Feli es mi ahijada, quien en ese momento tenía 2 meses, y era la bebé más cercana para Geno.
Unas semanas después, el Evatest positivo.

A las 13 semanas de embarazo, me hice la ecografía conocida como translucencia nucal. Un día antes de ir, Genaro, charlando con mi mamá en el baño sobre el tema que más le preocupaba en ese momento de dejar los pañales, es decir, los genitales femeninos y masculinos, sentenció: "Bebé panza mamá e nene, poque tiene pito". Al otro día el ecógrafo me confirmaba que esperábamos el segundo varón.

El embarazo continuó sin sobresaltos, todo estaba normal salvo el tamaño del bebé, ya que al parecer, era muy grande. Siempre lo colocaban entre los percentiles más altos, y pronto el obstetra empezó a hablar de la posibilidad de una cesárea programada para evitar sufrimiento durante el parto. La idea, que al principio no me gustaba para nada, empezó a dejar de parecerme tan terrible frente a la posibilidad de parir un superbebé.

A medida que se acercaba el momento y todas las ecografías señalaban que el bebé no podía pesar menos de 4 kg, se empezó a hablar de una inducción programada en la semana 38, para tener alguna posibilidad de un parto natural antes de que el bebé fuera demasiado grande. El 1 de agosto, en el auto, Genaro comentó de forma casual "Faltan xx días para que nazca Victorio". Mi hermana y mis papás, testigos del momento, juraron que había sido completamente espontáneo, y que no me iban a decir qué número había dicho Geno, pero lo escribieron en un papel, lo ensobraron, sellaron y firmaron el sobre, y me aseguraron que ellos sabían cuándo nacería.

Al poco tiempo me enteré yo también, ya que el obstetra me dio instrucciones de ir al hospital a internarme para la inducción el sábado 17. Me gustaba el tema de que fuera feriado (en Argentina, por San Martín), como que era una fecha especial en ese sentido. Pero hete aquí que llegamos el 17, armados de iPad, compu y entretenimientos varios para pasar las horas de espera de la inducción... y para el mediodía estábamos de vuelta en la casa de mis viejos. No había camas en el hospital, ni una sola chance de que naciera ese día.

Volvimos el domingo 18, después de la 2da noche de dormir pésimo por los nervios, y un poco tristes por tener que estar solos en la sala de espera del hospital mientras nos mandaban fotos de cómo estaba disfrutando nuestro hijo del Día del Niño. Antes de salir escuchamos en la tele que era Santa Elena, y tomé nota mental como dato de color del día de cumpleaños de mi hijo. Al rato de llegar al hospital nos dijeron que ese día sí tendríamos cama asegurada, pero no inmediatamente. Nos ofrecieron quedarnos a esperar ahí o volver más tarde, y no lo dudamos. Pudimos ver a Geno en su flamante disfraz de Woody y compartir un rato con él antes de ir a tener a su hermanito.

Llegamos al hospital a las 13:30 y recién nos internamos cerca de las 17:00. Esas horas fueron de intensa angustia, cansancio y sobre todo mucha hambre, ya que yo no podía comer por la posibilidad de terminar en una cesárea. Cuando finalmente comenzamos con la inducción, no pasó nada. Contracciones muuuy leves y nada de dilatación. Hablé con mi obstetra por teléfono y él me propuso que cortáramos ahí, que durmiera tranquila y que al otro día retomaríamos. Todo lo que implicara poder comer a esa altura me parecía bien, así que accedí de inmediato. Devoré la cena y dormimos tranquilamente toda la noche. Adiós 18 de agosto.

El lunes empezamos el día retomando la inducción. Una vez más, no pasaba nada, venía todo muy tranquilo y las contracciones eran de chiste. Sin embargo, con el correr de las horas, todo se fue dando. Me guardo el relato del parto en sí para otro post, para no mezclar y no ahuyentar gente impresionable. Ahora solo voy a decir que a las 17:21 del 19 de agosto de 2013 nació Victorio, mi segundo hijo, con 4,100 kg, por parto natural.

Como es costumbre en nuestras familias, afuera nos esperaban abuelos, tíos, primos, hermanos y amigos. Todos fueron pasando de a poco, prometiendo que no se quedarían más de 5 minutos para no ser injustos con los que seguían afuera. El primero en entrar fue Genaro, vestido de Woody, a recibir los regalos que sabía que su hermanito le traería. Feliz con los muñecos de Woody y Buzz Lightyear, poca bola le dio al bebé que dormía en la cunita al lado de su mamá. Solo me preguntó si ya estaba curada y por qué tenía puesto ese camisón.

Antes de irse, mi mamá, solícita, me entregó el sobre cerrado y firmado. Y por supuesto, como no podía ser de otra manera, Genaro nunca había pensado en San Martín ni en Santa Elena:


Por supuesto todo el mundo intentó sacarle información más útil al pequeño oráculo, como el resultado del Quini, pero nada funcionó...

3 comentarios:

  1. Que relato más lindo! Genaro está superconectado desde el principio! ahora pídele que escriba un número y te ganas la lotería ;).

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  2. Annn! hace mucho que no pasaba por promerizando!! felicitaciones! me emocioné mucho, pero mucho con tu relato 1! sos una genia total! te mando un beso enorme, y me voy a seguir leyendo los demás post! felicitacionessssssssssssssssssssssss Victorio es DIVINO!! y Genaro un duce total!

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  3. Que grande Genaro!!! Para mi que antes de nacer quedaron en encontrarse los dos en esta vida!!!
    Como te conté antes yo pari una de 4,200 y aunque costó hoy es parte de mis orgullos, jeje!! Me alegro de que se haya podido evitar la cesarea y te re felicito!!!! Besos!!

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